Con un lenguaje directo, sincero, Magdalena Walker Mena cuenta su experiencia sin ánimo de dar recetas, más bien con el afán de constatar que se puede ir hacia adelante aunque duela el alma.
Le di un beso. Pero no era como el que se le da a un hijo cuando se va de viaje, de fin de semana. Ese sería el último beso -el último abrazo- que le daría. No. Tenía que darle otro. Y otro. Lo besaba, me corría y luego volvía a acercarme y le daba otro. Pedía perdón y volvía. Y otro. Los del Hogar de Cristo tuvieron una paciencia infinita. Hasta que después de ocho, de diez besos -no lo sé-, me dijeron con delicadeza, pero firmes: -Este es el último. Y le di, entonces el último beso. Nunca nadie comprenderá, salvo quien lo haya vivido, lo que es dar el último beso de tu vida a tu hijo. Nadie. Escrito en clave íntima -la autora ha perdido de manera abrupta al menor de sus hijos-, este relato le pone nombre a ese dolor que duele y que sienten aquellos padres y madres que deben continuar con sus vidas pese a la pérdida.
Less